MANIFIESTO DE CONVIVES EN TIEMPOS DE DOLOR Y ESPERANZA
MANIFIESTO DE CONVIVES
EN TIEMPOS DE DOLOR Y ESPERANZA
Cuando la Humanidad,
tanto el gran mundo como nuestros pequeños mundos, está viviendo la crisis más
extensa de las últimas décadas y, en nuestro entorno, la más profunda, la
Asociación CONVIVES quiere expresar su sentir y aportar su perspectiva a estos
tiempos inciertos de dolor y miedos, intentando hacerlo -no sin dificultad-
desde la esperanza y el optimismo. Y queremos manifestarnos a partir de las
raíces que nos unen y nos identifican: la trascendencia de la convivencia
positiva en la escuela y la reafirmación de que los espacios educativos deben
constituirse con valores prosociales de equidad, igualdad, empatía, tolerancia
y esfuerzos compartidos.
La
pandemia ha arrollado Administraciones, instituciones, formas de vida… sobre
todo se ha llevado a personas. Por eso, nuestro primer recuerdo va para ellas,
con las condolencias a quienes hayan padecido fallecimientos en su círculo más
próximo. También un abrazo fraterno a quienes hayan superado la enfermedad y,
por supuesto, a quienes nos curan, nos cuidan, nos alimentan, nos protegen o
están consiguiendo que siga la vida aunque de otra manera. Destacamos a los
primeros, los sanitarios, porque están enfrentando al virus en la frontera
entre la vida y la muerte con altos costes en personas y emociones. Y entre los
últimos, a los docentes -sector preferente al que nos dirigimos- a todos esos
maestros y maestras y al profesorado en general que, superando la ansiedad, las
dificultades técnicas o las vicisitudes particulares, están manteniendo enganchado
a su alumnado y, hasta en algunos casos procurando que pueda comer.
Porque
hemos reaccionado, estamos reaccionando. A este mal volátil e intangible,
contra el que no hay hoja de ruta que indique distancias y tiempos a ciencia
cierta –nunca mejor dicho-, hay que hacerle frente desde la unidad consensuada,
el optimismo razonable y el trabajo colectivo. En palabras de Ramón y Cajal que
unos médicos recogían recientemente: El dolor mismo nos será útil, porque el
dolor es el gran educador de almas y creador de energías. Hubiera sido
preferible que no fuera así, pero la Historia se ha construido a menudo a golpe
de convulsiones. Las epidemias han contribuido poderosamente a forjarla. Y
ahora, este mundo más globalizado que nunca en el que nos ha tocado vivir,
precisa humanizarse para ganar la partida a una emergencia que acelera
procesos, obligando a tomar, de un día para otro, decisiones que de otro modo
tardarían lustros. El traslado de la escuela presencial a la virtual es un buen
ejemplo. En CONVIVES reflexionamos aquí sobre ello; sobre la realidad,
posibilidades y consecuencias de lo que está sucediendo, incapaces de prever
cómo la velocidad de los acontecimientos puede difuminar o dejar obsoletas en
poco tiempo buena parte de nuestras palabras y propuestas, pero siempre con la
visión humanizadora que nos caracteriza.
Y
lo primero que debemos decir es que, en esta coyuntura del todo inédita, surgen
y vamos a lanzar más preguntas que respuestas. Cómo ha reaccionado la escuela;
adónde la ha llevado el coronavirus. Parece evidente que, en general, nos ha
pillado descolocados, que social e institucionalmente se ha producido a modo de
un acto reflejo que dice mucho de cómo “en realidad” se ve la escuela. Se la ha
puesto frente al espejo y, la verdad, ha salido un poco fea. Especialmente en
el respeto por la equidad, la atención a la diversidad y la concepción
del aprendizaje como desarrollo de competencias, en particular las emocionales
y sociales vinculadas a la convivencia. Aunque la foto habría que matizarla por
territorios e incluso por centros –desde su rica y variada capacidad creativa y
pedagógica- y aunque la calma y el sosiego no nos sobren, merece la pena
reflexionar acerca de nuestra escuela para ubicarnos y para ubicarla donde creemos
que corresponde.
Porque desde una concepción más general, ¿cuál es el
verdadero sentido social de la escuela para profesorado, direcciones,
administraciones, familias, alumnado...? ¿Para qué evaluamos? ¿Solo
calificamos? ¿Qué papel juegan las instituciones educativas? ¿Qué esperan las
familias y por ende la sociedad de la escuela? Y bajando el foco a la
concreción del momento, ¿están siendo contradictorias las reacciones? ¿Qué
prioridades se han aplicado? ¿Desde qué fundamentos? ¿Hacia dónde nos conducen?
El educar desde el confinamiento y el mundo virtual ¿qué dificultades y
aprendizajes están suponiendo para los actores implicados: profesorado,
alumnado y familias? ¿Cómo conjuga la temperatura de las relaciones personales
el aula del ciberespacio en las distintas edades educativas y sobre todo en las
de escolarización obligatoria? ¿Cómo compensa o supera desigualdades por
ausencia y vulnerabilidad en recursos tecnológicos, económicos, culturales,
habitacionales, laborales, parentales…? ¿Cómo gestiona el absentismo escolar
digital? ¿Qué otras tensiones, desigualdades y situaciones de violencia
estructural y cultural han aflorado? ¿Cómo combatirlas? ¿Qué tiene que ofrecer
la escuela a la vuelta para no repetir la improvisación? ¿Cómo vamos a tejer
vínculos y a hacer comunidad después de esta vivencia traumática? ¿Cómo vamos a
colaborar en la gestión del duelo por las pérdidas y de las secuelas
educativas, emocionales y económicas de esta crisis? Y podríamos seguir
preguntándonos, pero finalmente y por cerrar con algo que nos es muy propio,
¿cómo continuar educando en valores y en convivencia en entornos digitales,
ahora y en el futuro?
Todos estos interrogantes abren un abanico de
respuestas y posiciones bien diversas. Pero también este tiempo, este frenazo
en seco de rutinas y actividades, ofrece la oportunidad de repensar
nuestro quehacer a cuantos agentes intervenimos en el proceso educativo. Una
oportunidad para el cambio de paradigma que vamos a necesitar y que,
como ya hemos vislumbrado, es más probable realizar en fases de crisis
históricas.
Respecto a la educación a distancia y virtual,
extendida a todas las enseñanzas y como parte de lo que alguien ha considerado
el mayor y más acelerado curso de formación digital del país, se están
constatando serias dificultades. Son las que entraña la adaptación del entorno
educativo a la complejidad y falta de integración real de la tecnología, y más
de la parte “interesante” de la tecnología en lo que significa apoyo al
aprendizaje. Pero sobre todo ha aparecido la falta de preparación para afrontar
el reto complicado de la brecha digital entre estudiantes con medios y
apoyo familiar, y los que no los tienen; las diferencias enormes de acceso a la
educación online que, como se ha apuntado, suelen ir unidas a distancias
sociales, económicas y de todo tipo. Se están produciendo loables iniciativas
para paliar esta brecha, pero tardarán en ser efectivas y poder comprobar que
son suficientes. Este déficit en soporte educativo lo sufre y se amplía
acusadamente para el alumnado con necesidades educativas “específicas”, no solo
especiales.
Porque sabemos, como escribía el otro día Daniel
Innerarity, que para una parte de nuestros niños y niñas la escuela es una
salvación, allí donde reciben comida, estabilidad y protección. Y decía
a continuación que la escuela es la primera institución que permite que los
contactos sociales no se reduzcan a la propia familia, la institución que nos
distancia de nuestro espacio de redundancia y nos abre a experiencias de
diversidad y contraste, el lugar donde se aprende a sobrellevar la indiferencia
y gestionar los primeros conflictos. El filósofo se planteaba si pese a
los elogios que recibe ahora la enseñanza telemática no empezaríamos a
echar de menos la igualdad de la escuela presencial (…) donde
se mitiga la brecha digital. Señalaba como esencia de su artículo que la libertad,
como el equilibrio psicológico, se debe a la posibilidad de ser varias cosas y
no quedar reducidos a una sola.
La escuela aparece por tanto como espacio primigenio de
diversidad personal y de construcción del individuo, de ahí deriva en
gran medida la idea compartida en CONVIVES de la necesidad de una escuela que
eduque en emociones y valores de convivencia. Pero en la distancia ¿cómo
hacerlo?, ¿cómo “salvar” a la porción más vulnerable de nuestro alumnado? ¿Cómo
precisar ese cúmulo de matices e intangibles que se desarrollan en las
relaciones interpersonales dentro del ámbito escolar? Es evidente que las excepcionales
circunstancias actuales suponen pérdidas insalvables, que la virtualidad nunca
podrá suplir la presencia, la proximidad y la comprensión humana.
Por todo ello, una primera consecuencia debería ser relajar
nuestras expectativas personales y educativas. Seguro que no es fácil, pero en
el terreno educativo, en especial en las etapas obligatorias, significaría no
centrarse, ni tan siquiera perseguir, la pura exigencia de contenidos. O, en
último caso, trabajarlos de otra manera, distanciándose de procesos educativos
entendidos en sus formas más rutinarias. Como si dijéramos, no intentar
trasladar sin más la escuela presencial a la virtual e incidir, al mismo
tiempo, en que estamos viviendo una coyuntura inédita, que puede y debe
aprovecharse para unos aprendizajes de valor personal, social y moral. Por
tanto, enfocar enseñanzas y actividades bajo este prisma. Aprovechar la oportunidad
para promover la reflexión compartida, la adquisición o el reforzamiento de
procedimientos y capacidades, más que obsesionarse con aquellos contenidos que
el alumnado está “perdiendo”.
Pretender que el curso puede seguir con normalidad no
es real acaba de escribir
José Antonio Luengo en unas orientaciones para el profesorado madrileño. En
redes sociales y publicaciones aparecen planteamientos en la línea de que tal
vez deberíamos aceptar que este final de curso, que estresa por igual
a estudiantes, familias y profesores, no tiene arreglo; y dedicar nuestros
esfuerzos a planificar bien el próximo curso y dotarlo de los recursos
necesarios, para reparar entonces todo lo hoy perdido, y que de verdad nadie se
quede atrás (entradilla que resumía el artículo de Isaac Rosa: “El mundo se
derrumba, pero que los chavales no pierdan clase”, eldiario.es, 07/04/2020).
Muchos docentes, aun comprometidos más allá de lo saludable con su alumnado y
aprendiendo en la nueva realidad virtual, son conscientes de los componentes
emocionales que se generan y configuran esta cuarentena. Que hay que contar con
las sensaciones y vivencias de todo tipo que sus discentes están afrontando,
incluso quienes tienen situaciones de suficiente apoyo familiar y tecnológico.
No digamos quienes no gozan de ellas. Por favor, docentes, cuidémosles,
cuidémonos, acababa uno el otro día al colgar una infografía que había
elaborado como ejercicio de honesta empatía con el alumnado.
Alguna madre ¿y maestra?, dando un paso más allá se
preguntaba: ¿Y qué pasa si los niños pierden el año escolar? ¿Y si en lugar
de aprender matemáticas aprenden a cocinar? A coser su ropa. A limpiar. A
cultivar un huerto en el patio. Si aprenden a cantarle canciones a sus abuelos
o a sus hermanos más chicos. Si aprenden a cuidar a sus mascotas y a bañarlos.
Si desarrollan su imaginación y pintan un cuadro. Si aprenden a ser más
responsables y conectados con toda la familia en la casa. Si nosotros los
padres les enseñamos a ser buenas personas. Si aprenden y saben que estando
juntos y sanos es mucho mejor que tener el último celular de moda. A lo mejor
eso nos falta, y si ellos aprenden, a lo mejor no perdimos un año, a lo mejor
ganamos un tremendo futuro. (Se llama Kelly Andrade y el 3 de abril su
contribución había sido compartida 32 mil veces).
Hemos leído también, en una jugosa aportación en el
Diario de la Educación, a Guadalupe Jover, profesora de Secundaria. Preocupada
en primer lugar por cómo apoyar emocionalmente a su alumnado, propugnaba: coordinémonos
más, compartamos materiales, trabajemos en equipo. Y propongamos a chicos y
chicas tareas menos fragmentadas y más vinculadas: vinculadas entre sí, con
ellos y con el mundo. Planteémonos qué aprendizajes son de verdad relevantes.
Y remataba su artículo aludiendo a un magnífico ejemplo en esa directriz, la
iniciativa ABP del IES Cartima (Cártama, Málaga): “Suspender las
programaciones”. No hay que perdérsela.
Y Sergio Calleja, un profesor de filosofía de Segovia,
ha escrito una carta de felicitación a su alumnado que se ha hecho viral. Su
núcleo, cuando invita a otros aprendizajes. Es un tiempo privilegiado para
aprender, no precisamente matemáticas, física, literatura o latín sino para
aprender grandes lecciones importantes que, tal vez, pasan desapercibidas en
las clases presenciales por el agobio del «temario oficial». Es un tiempo
privilegiado para educar la paciencia, sé que te cuesta mucho; admirar la
solidaridad del ser humano, todo el mundo está sacando lo mejor de sí mismo y
esta me parece la mejor orientación académico-profesional que puedes recibir.
En
fin, las opciones de adaptar la enseñanza al nuevo contexto son múltiples. Los
acentos que se ponen sobre los factores emocionales y las competencias sociales
varían, pero hemos demostrado que están presentes. Quienes ya antes estaban
desempeñándose desde fórmulas y con objetivos similares, cuentan con
experiencias facilitadoras de cara al mundo digital. Pero qué encontramos en el
ámbito institucional. Qué referencias –y exigencias- tienen las comunidades
educativas por parte de sus respectivas administraciones. Sin profundizar
demasiado en ello (para lo que esperamos –como en todas las demás cuestiones-
cuanta colaboración nos venga del mundo educativo), podemos avanzar en estos
momentos que los parámetros no son unívocos.
Fernando Trujillo ya planteaba en un fundamentado
artículo en el Diario de la Educación el 30 de marzo –ahora conviene precisar
las fechas por la celeridad de los acontecimientos- diversos escenarios sobre
el futuro inminente de la educación y la evaluación del curso. Decía, creemos
que con buen criterio: cómo resolvamos la evaluación del curso del COVID-19 no
es solo una cuestión técnica sino una decisión moral colectiva que puede
servir para definirnos como sociedad y para empezar a construir un nuevo y
mejor sistema educativo para cuando acaben la pandemia y el confinamiento.
Poco después, el 4 de abril, el mismo profesor, implicado en esta resolución
del final de curso, publicaba en su blog una entrada en la que abordaba el tema
de las Instrucciones educativas durante el confinamiento que titulaba: la
construcción del mosaico educativo nacional. Invitamos a su lectura de la
que se desprende, en resumen, que dos Administraciones educativas distintas,
Cataluña y Andalucía en su caso, han emitido documentos con posiciones
educativas significativamente diferentes. En palabras del propio Trujillo,
mientras que la primera rehúye la tentación de acabar el programa y habla,
entre otras cosas, de tareas globalizadas propuestas semanalmente y atención al
bienestar emocional del alumnado, la segunda opta por mantener el avance del
currículo y centrar su preocupación en los contenidos, y no en las
competencias. Diversas Consejerías de Educación de la Comunidades Autónomas –no
todas- han publicado Instrucciones que se decantan más hacia un lado (primar
las competencias, no presionar con el avance de programaciones, tareas
globalizadas…), o hacia otro (fijarse en los contenidos, avanzar los programas,
clásica distinción entre asignaturas y materias…). La Comunidad de Madrid,
desde la Dirección General de Secundaria, F.P. y Régimen Especial, ha emitido
las suyas –se entiende que sólo para esos niveles educativos- con pautas en
relación a la evaluación ante la situación de crisis sanitaria. Se mueven entre
las recomendaciones y las exigencias, la fundamental la de avanzar en nuevos
contenidos curriculares. Es decir que, aparte de otras cuestiones y
matices, las Instrucciones de Madrid se sitúan más bien en la vertiente de la
andaluza.
Durante el estado de emergencia cada Administración
conserva sus competencias (artículo 6 del R.D. 463/2020, de 14 de marzo), pero
se podría estar vulnerando un principio básico que las propias Instrucciones de
Madrid explicitan: el derecho a la evaluación objetiva del alumnado, así
como algunos de los principios y fines enunciados en la Ley Orgánica en vigor.
En particular los principios del artículo 1 a): La calidad de la educación para
todo el alumnado, independientemente de sus condiciones y circunstancias;
y b) La equidad, que garantice la igualdad de oportunidades
para el pleno desarrollo de la personalidad a través de la educación.
Además, unas calificaciones de actividades educativas no presenciales podrían
presentar al final problemas y cuestionamientos jurídicos en reclamaciones del
alumnado y sus familias, al no contar con un respaldo normativo sólido.
De todas maneras y más allá de las normas, esta
“inexperimentada situación” llena de incógnitas es la más difícil para la toma
de decisiones. El propio Consejo Escolar del Estado, en su último documento de
propuestas, apremiado por los tiempos, teniendo que atender y procurar
cohonestar posturas divergentes como las que hemos visto y sin poder
desembarazarse de esa cultura de la evaluación y la repetición de curso -que
algún día habrá que afrontar seriamente porque impregna buena parte de nuestra
acción educativa-, se ha pronunciado en lo fundamental de forma algo confusa.
Ha intentado diferenciar sus sugerencias entre si las clases pueden reanudarse
o no, pero sustancialmente ni ha recomendado no avanzar contenidos ni lo
contrario. Sí habla de centrarse en competencias básicas, de condensación de
currículos, de la brecha digital, de la repetición como recurso extraordinario
(como si no lo fuera, han dicho algunos), de la atención al alumnado más
vulnerable o de la necesaria sustitución del profesorado. Apela a que las
medidas de evaluación deberían ser comunes para todo el sistema educativo
español y a garantizar, en todo caso, que todos los alumnos y alumnas
puedan realizar en igualdad de condiciones todas las tareas y evaluaciones
programadas. Mas ¿es esto posible verdaderamente? Y aunque en la última
propuesta solicita un reconocimiento explícito del esfuerzo de educadores,
familias y alumnado, no llega a realizar una mención expresa del contexto
emocional ni de otros factores que aquí hemos mencionado. Sabemos que el traje
institucional obliga a cautelas y a la templanza, y que el Consejo se ha dado
de plazo otro mes, hasta el 5 de mayo, para pronunciarse con un panorama
esperemos que más despejado, ¿o no? ¿Y mientras tanto? La comunidad educativa
en su conjunto va a seguir presionada y sin un horizonte claro. Otros países de
nuestro entorno y en circunstancias similares (Italia, Francia, Reino Unido…)
se han decantado ya por suprimir las pruebas finales o externas, apostando por
sus sistemas de evaluación continua. ¿No convendría que hiciéramos al menos
algo semejante?
Desde CONVIVES instamos al Consejo Escolar y a todas
las Administraciones educativas a ser más atrevidas, a poner el foco sobre los
estudiantes y sus familias, no en el currículo y su “avance”. Consideramos,
como Fernando Trujillo, que es necesario. reconsiderar el tiempo que vivimos
y que las programaciones redactadas en septiembre quizás no puedan servir para
el confinamiento y la pandemia (…) no mantener la máquina educativa en
marcha a toda costa sino procurar el bienestar emocional, físico y, sí, también
educativo de nuestro alumnado y sus familias en las mejores condiciones
posibles, considerando además que también el profesorado se ve afectado por el
confinamiento, la pandemia y sus consecuencias.
No
queremos terminar este documento sin alguna recomendación de convivencia
escolar en entornos digitales para toda la comunidad educativa. La página
de kidsandteensonline.com recoge un interesante decálogo con ideas que
resumimos para la educación en el mundo virtual, donde hay también normas
básicas de convivencia tales como saludar y despedirnos con educación, utilizar
el por favor y gracias; respetar los tiempos de los demás y tener paciencia.
Hacer las consultas más particulares fuera del gran grupo; asumir que son
momentos difíciles y que todos podemos tener un mal día, por lo cual, si no
estamos bien, debemos contener impulsos, pararnos y contestar al cabo de un
rato. Además, la comunicación en internet es más complicada, podemos no expresar
bien lo que queremos o interpretar mal a los demás: intentemos aclarar
malentendidos y no utilizar la ironía. Y por supuesto, no usar internet para
menospreciar a nadie, ni enviar datos personales o imágenes de otras personas
sin su autorización. Tampoco difundir información sin contrastarla primero.
También
José Antonio Luengo ofreció, en declaraciones a Efe (Diario.es 16/03/2020) otro
decálogo para ayudar a los más jóvenes a afrontar el reto del confinamiento. Se
dirigía más a la convivencia familiar. Se puede ver en https://www.eldiario.es/sociedad/decalogo-jovenes-afronten-confinamiento_0_1006499987.html
José Antonio pertenece a la Junta Directiva del Colegio de Psicólogos de Madrid
donde, a los pocos días de iniciarse la alarma sanitaria, elaboraron unas Orientaciones
para la gestión psicológica del confinamiento. Ahora mismo ya han lanzado
en You Tube diez vídeos con píldoras psicoeducativas para el confinamiento.
También han difundido un material más específico para explicar a los niños y
niñas la situación que estamos viviendo: Rosa contra el virus. Aquí va
el enlace: https://www.copmadrid.org/web/publicaciones/rosa-contra-el-virus-cuento-para-explicar-a-los-ninos-y-ninas-el-coronavirus-y-otros-posibles-virus.
Para
finalizar, queremos abrir la Asociación CONVIVES y, ahora mismo este
manifiesto, surgido en días de incertidumbre, dolor y esperanza, a la
participación y al debate de toda la comunidad educativa: profesorado,
familias, alumnado y quien se sienta concernidos por la Educación, por la
convivencia democrática en escuelas, colegios e institutos y por la formación
en valores y derechos humanos. Desearíamos enriquecernos con aportaciones sobre
cualquiera de los temas que aquí han salido. Vamos a necesitar reconstruirnos
individual y colectivamente. La presencia del dolor y la muerte, que nos
afectará de forma más o menos próxima, exigirá un duelo -que además no se está
pudiendo hacer- en el que la escuela habrá de colaborar. Cada comunidad
educativa tendrá que ver cómo se reinserta en la “normalidad”, en el
reencuentro presencial y colectivo. Esta también puede ser una cuestión sobre
la que aportar sugerencias y propuestas. Desde CONVIVES enviamos nuestros más
esperanzados ánimos y os invitamos a colaborar con nosotros, siempre
desde la perspectiva de no dejar a nadie atrás y con el fin de extender en la
comunidad educativa ideas de solidaridad con quienes más hayan perdido,
cooperación como fórmula educativa -y social- de superar la crisis, y
convivencia fraterna como método de afrontar el presente y el futuro.
CONVIVES, Asociación para la convivencia positiva en
los centros educativos
14 de abril de 2020